παρακαλῶν ἐπαγωνίζεσθαι τῇ ἅπαξ παραδοθείσῃ τοῖς ἁγίοις πίστει










I. LICENCIA PARA PECAR: LA GRAN CALUMNIA CONTRA LA DOCTRINA CALVINISTA DE LA SANTIDAD
Por J.P. Martínez Menchaca

Un estribillo que se suele cantar en algunas comunidades de hermanos cristianos con tendencias humanistas y semipelagianas es que "el calvinismo es una licencia para pecar". Los que entienden de teología y repudian al calvinismo como sistema de explicación de las enseñanzas bíblicas encuentran en esta expresión una columna para reforzar sus esfuerzos por desvirtuar las doctrinas de la Gracia Soberana.
 

Un presupuesto básico en la lucha contra el calvinismo llega a ser irónico: nadie puede estar seguro de su salvación. De ser esto verdad, entonces ninguna religión, creencia o filosofía se distingue al respecto del cristianismo. En ningún camino se puede encontrar una total seguridad, sino que en todas partes es el hombre el que tiene que esforzarse al máximo, y aún así, morir en medio de una confianza extraña edificada sobre un fundamento tan endeble como nuestra propia imperfección. Aún los que dicen que mueren "seguros por el testimonio del Espíritu" no podrían estar seguros del todo porque no existe la seguridad absoluta, sino sólo la relativa a la mezcla de la propia conciencia inconstante  y el testimonio de la Biblia.

También se ha dicho que el calvinismo apela a "la necesidad psicológica de seguridad que existe en el ser humano". En realidad, no veo de qué otra manera pudiera ser en tanto que es el mismo Verbo encarnado el que nos llama a reposar en sus seguridades y nos advierte de los efectos destructivos de la incredulidad y la ansiedad. Expresiones como "y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (San Juan 10:28), "Aquel que la buena obra empezó la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6), "Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención" (Efesios 4: 30) "justificados pues por la fe tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1) "puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios" (Hebreos 7: 25), entre otras, apelan precisamente a la seguridad del hombre. Sin embargo, las interpretaciones semipelagianas quitan el adjetivo "eterna" y lo cambian por "temporal", y la garantía de la promesa la condicionan al esfuerzo del ser humano.

El tema de la seguridad eterna está íntimamente ligado con el tema de la santidad. La manera en que entendamos la redención afectará toda nuestra visión sobre la santificación. Es por ello que cuando los cristianos reformados decimos que la salvación no se puede perder (o dicho de otro modo, es eterna) es porque no hacemos depender dicha seguridad  de otra cosa que no sea la cruz del Señor y la fe en su nombre, y al mismo tiempo negamos que la santificación salve a persona alguna. Esta negación, sin embargo, jamás autoriza ha ninguna persona para que practique el pecado. A los hermanos que critican las doctrinas de la Gracia Soberana les haría bien estudiar con detenimiento el capítulo 6 de Romanos porque acusar al calvinismo de que es "una licencia para pecar" es exactamente lo mismo que acusar de ello al apóstol Pablo por enseñar sobre la salvación por la sola Gracia. Pablo tuvo que presentar una defensa contra aquellos que lo acusaban de predicar que teníamos una licencia para pecar: "¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?" (Romanos 6:15-16). 

La Biblia establece de manera clara y sencilla, sin misticismos ni rodeos, que la santidad en ningún momento es base para nuestra redención y respectiva seguridad, sino que se trata de un fruto o beneficio: "Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna" (Romanos 6:22). La palabra fruto (καρπὸν) es la misma que usa Cristo en San Mateo 7:16: "Por sus frutos (καρπῶν) los conoceréis" y también la que usa Pablo en Gálatas 5:22: "Mas el fruto del Espíritu (καρπὸς τοῦ πνεύματός) es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe". Así mismo, es la palabra usada para referir el fruto de los árboles, de los campos y de la tierra, como ocurre, por ejemplo, en Santiago 5:17: "Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto (καρπὸν) de la tierra". Tanto en su sentido metafórico como en su sentido real,  el fruto es referido como una consecuencia o producto de algo, que para el caso de la santidad se trata del producto de la salvación en una persona.

Juan Calvino escribió en su Breve instrucción cristiana lo siguiente: 

Quienes, pues, se glorían de la fe cristiana, mientras están enteramente privados de la santificación de su Espíritu, se engañan así mismos; pues la Escritura enseña que Cristo ha sido hecho para nosotros no sólo justicia sino también santificación. Por consiguiente no podemos recibir por la fe su justicia sin abrazar también la santificación. El Señor, por esta alianza que ha concertado con nosotros en Cristo, promete a la vez que hará la expiación de nuestros pecados y que escribirá su Ley en nuestros corazones.  
La obediencia a la Ley no está en nuestro poder, sino que depende del poder del Espíritu que limpia nuestros corazones de su corrupción y los ablanda para que obedezcan a la justicia. En adelante el uso de las Leyes, para los cristianos, es absolutamente imposible fuera de la fe. La enseñanza externa de la Ley no hacía antes sino acusarnos de debilidad y de transgresión. Pero, desde que el Señor ha grabado en nuestros corazones el amor a su justicia, las Leyes (son) una lámpara para guiar nuestros pasos por el recto camino; ella es la sabiduría que nos forma, nos instruye y nos alienta a ser íntegros; es nuestra regla, y no sufre ser aniquilada por una falsa libertad.
Acusar a las doctrinas calvinistas de ser, alentar o sostener una licencia para pecar es una de las calumnias más irresponsables que se han erigido contra ellas. Aún decir que "es peligroso" enseñar la justicia y santidad imputadas de Cristo al creyente carece de fundamento alguno. La Confesión de Fe de Westminster (Capítulo 13, I) refiere lo que sigue al respecto: 

Aquellos que son llamados eficazmente y regenerados, teniendo creados un nuevo corazón y un nuevo espíritu en ellos, son además santificados real y personalmente por medio de la virtud de la muerte y la resurrección de Cristo,  por su Palabra y Espíritu que mora en ellos;  el dominio del pecado sobre el cuerpo entero es destruido, y las diversas concupiscencia de él son debilitadas y mortificadas más y más, y los llamados son más y más fortalecidos y vivificados en todas las gracias salvadoras, para la práctica de la verdadera santidad, sin la cual ningún hombre verá al Señor.
George S. Hendry (1963, The Westminster Confession for today) explica este apartado como sigue: 

Santificación está relacionada con la manera en que un pecador, quien por la libre gracia de Dios es hecho para pertenecer a Dios, se convierte en el tipo de persona que es apta para pertenecer a Dios, no porque dude de pertenecer a Dios por la gracia y prefiera ganarse esta distinción por sus propios esfuerzos, sino por el poder transformador de la relación misma. La justificación que se convierte en su santificación tiene sus raíces en la justificación que ya es suya por la fe en Cristo...Santificación, entonces, al igual que la justificación, no es algo que podamos lograr por nosotros mismos, sino que es una obra de la gracia de Dios (p. 144).

Los hermanos reformados no creemos, sin embargo, que la santificación sea un asunto en donde nuestra parte sea pasiva. La gracia de Dios no excluye nuestra acción, sino por el contrario, nos llama a ella. Por eso la Confesión de Westminster dice que somos santificados "real y personalmente" y no de forma mística o mágica. Como se lee en Romanos 6:6 somos desactivados (καταργηθῇ) al pecado para estar en condiciones activas de vivir vidas santas. A diferencia de la justificación (Δικαιωθέντες) que es un acto legal realizado y terminado de una sola vez, la santificación es un proceso gradual. Las diversas concupiscencias en el cristiano "son debilitadas y mortificadas más y más" durante toda su vida terrenal. La santificación (ἁγιασμόν) implica separación para Dios e incluye ese fruto de santidad del cual se ha venido hablando en esta publicación.

Las calumnias en contra de la doctrina calvinista de la santidad no tiene otra razón de ser que no sea la ignorancia de las Santas Escrituras, o bien, el ánimo enardecido de aquellos que se sienten con derechos delante del Dios soberano de la Biblia. "No enseñes las doctrinas de la Gracia. No enseñes la seguridad eterna -gritan desesperados -porque la gente pecará con ese pretexto", pero este argumento es el  mismo que usaron contra Pablo y que no hizo mella en su exposición de la verdad, y también es de la misma misma linea argumentativa de aquellas advertencias que le hicieron a Lutero cuando comenzó a hablar de la salvación por la fe sola: "Martín: harás que el pueblo se relaje moralmente y les quitarás las pocas reliquias a las que se aferran sus esperanzas". Es un error pensar que mantener a la gente con miedo a perder su salvación asegurará una vida de santidad, pero más que un error es un atentado pecaminoso contra las Santas Escrituras que nos fueron dadas para libertarnos y guiarnos en el camino de la paz y del amor del Señor.





II. LA ENTERA SANTIFICACIÓN ES POSIBLE...DESPUÉS DE LA MUERTE
Por J.P. Martínez Menchaca

En la epístola a los Romanos Pablo escribió acerca de la muerte al pecado en la que participan todos los creyentes: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre  fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado" (Romanos 6:6). Esta es una enseñanza acerca del resultado práctico de la justificación por la fe sola y merece atención especial si es que queremos guardarnos de nociones extravagantes acerca de la santidad. Por principio, hay que definir pecado como la no conformación a la ley moral de Dios en acciones, actitudes o naturaleza.


Algunas doctrinas perfeccionistas y de segundas obras de gracia han fundamentado en pasajes similares gran parte de su teología sobre la santidad. Actualmente, muchas iglesias influenciadas por el pentecostalismo norteamericano del siglo XIX y XX están siendo instruidas en las nociones perfeccionistas que apuntan a una vida totalmente sin pecado sobre la premisa de que "el cuerpo de pecado sea destruido" (v. 6), esto es, completamente aniquilado y erradicado de nuestro ser, de modo que la naturaleza pecaminosa heredada de Adán ya no existe más en el creyente dando como resultado la así llamada entera  o completa santificación, o perfección impecable.

En el griego, la oración "para que el cuerpo de pecado sea destruido" (ἵνα καταργηθῇ τὸ σῶμα τῆς ἁμαρτίας) usa como base para la palabra traducida como "destruido" (καταργηθῇ) la transliteración katargeo que significa literalmente desactivar (kata, bajo; argos, inactivo). En tanto que el viejo hombre (naturaleza pecaminosa, no regenerada), en su debilidad, sirve como asiento del pecado, una vez que el cristiano es justificado por la fe en Cristo su cuerpo es desactivado para el pecado y de allí en delante debe ser un instrumento para la santidad. Esto es lo que Pablo indica en el versículo 19: "que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia".

Esta desactivación del cuerpo (σῶμα) al pecado (ἁμαρτίας), sin embargo, no implica aniquilación ni erradicación total del mismo en nuestro ser. En Mateo 5:17, por ejemplo, donde se lee "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas" la palabra  traducida como abrogar (καταλῦσαι) proviene del griego kataluo (kata, bajo; luo, desatar, deshacer, separar) cuyo significado literal es destruir o derribar completamente. Pero como se ha visto, en Romanos 6:6 la palabra griega base no es kataluo (que podría quizá prestarse para una interpretación santificacionista) sino katargeo (que no es destrucción total sino desactivación del pecado).

 La versión DHH traduce Romanos 6:6 como sigue: "Sabemos que lo que antes éramos, fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado". (énfasis añadido). Y la Nueva Versión Internacional captura la idea del versículo: así: "para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder" (énfasis añadido). En ambos casos, es claro que la noción que se intenta trasmitir no es  la erradicación de la naturaleza pecaminosa sino la pérdida de su poder y autoridad sobre nosotros. Ahora ha venido a ser inútil, inoperante e inactiva en nuestro ser a pesar de que permanece en nosotros. En el contexto, entonces tiene sentido que Pablo advierta: "Porque el pecado ya no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia" (Romanos 6:14, énfasis añadido), es decir, si el pecado ya no pudiera tener control sobre nuestros miembros el apóstol no tendría porque haber insistido en lo anterior.

Para salvar la enseñanza de que la naturaleza adámica puede ser erradicada de nuestro ser por una segunda obra de gracia, algunos han concluido que el enteramente santificado ya no es tentado desde dentro de su corazón -pues ya ha sido limpiado radicalmente de la naturaleza pecaminosa-  sino desde afuera. Pero no existe evidencia escritural que nos permita arribar a semejante declaración. De dentro del corazón salen los malos pensamientos y pecados (San Marcos 7:21), pero una vez justificados la naturaleza pecaminosa pierde su poder y autoridad sobre nosotros y estamos en condiciones de vivir vidas santas y consagradas al Señor por el Espíritu, aunque tengamos que lidiar con nuestros pecados cuando por omisión o a sabiendas violemos la ley perfecta de Dios. 

Alguno puede replicar: "¿Cómo es que ya no estamos bajo la autoridad y poder del pecado y aún así seguimos pecando?". Seguimos pecando porque es imposible satisfacer completamente las exigencias de la ley santa de Dios, pero ya no estamos bajo el poder del pecado en tanto que Cristo nos ha imputado su justicia y ha cargado con la ira de Dios en la cruz (donde morimos junto con él. Véase Romanos 6:4), y porque la gracia nos capacita más y más para vivir victoriosos sobre el pecado que nos abruma. Dejamos de cometer un pecado pero Dios nos muestra y nos da la gracia para lidiar y triunfar sobre otros pecados en nuestras vidas, de forma progresiva, y nos da su perdón cuando venimos arrepentidos por haberle ofendido. Entonces podemos contarnos como "muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Romanos 6:11), como liberados del poder del pecado (6:7) y capacitados para vivir vidas santas delante de Dios. 


   La entera santificación es posible pero sólo después de la muerte, cuando seamos glorificados y la naturaleza pecaminosa sea totalmente erradicada de nuestro ser. Esa es, según me parece, la única manera en que nos es lícito usar la expresión a la luz de la Palabra de Dios.




III. LUTERO Y LA GRACIA BÍBLICA
Por J.P. Martínez Menchaca

Martín Lutero (1486-1546) solía confesarse todos los días y al ser absuelto por el sacerdote sentía cierta paz en su corazón. Pero no pasaban muchas horas para que regresara al confesionario acusado por nuevos pensamientos y cargos de conciencia. Su lucha fue intensa y varias veces se le encontró en un estado de enorme aflicción por causa de los terrores y odios que le producía el sentirse constantemente acusado por Dios y por el diablo.
A saber, sólo existen dos formas de ser declarado justo delante de Dios: la primera es cumplir con todas las exigencias de la ley perfecta de Dios, así como adecuarse completamente a su carácter santo. La segunda es ser declarado justo por Dios sobre la base de su sola Gracia.

Para Lutero la única posibilidad que existía era la primera: había que hacer buenas obras para lograr el favor divino; había que sudar y sangrar en el quehacer religioso para alcanzar al menos un poco del amor del Señor. No obstante, esta situación que lo torturó durante mucho tiempo terminó cuando le fue encomendada la tarea de estudiar las Santas Escrituras, y de cara a la verdad, conoció la doctrina bíblica de la Gracia Soberana.

En la Biblia se lee que "si alguno cree en Dios, que hace justo al pecador, Dios le tiene en cuenta su fe para reconocerlo como justo, aunque no haya hecho nada que merezca su favor" (Romanos 4:5, DHH, énfasis añadido). La versión RV60 dice que al impío que no obra: "su fe le es contada por justicia". La palabra "contada" (λογίζεται) proviene del griego logizomai, que aunque en ninguna parte del Nuevo Testamento es traducida como imputar, sí refiere, en un sentido de práctica forense legal y financiera, poner algo propio a la cuenta de otra persona.

En el Evangelio "la justicia de Dios se revela por fe y para fe" (Romanos 1:17), es decir, de principio a fin. El cristiano es declarado justo porque la justicia de Cristo le es contada a su favor. Se trata de un acto legal sólo de Dios mediante el cual el pecador que no merece nada, y al cual Dios no le debe nada, recibe de parte de Él la justicia de Cristo. Por ello, los teólogos han referido este misterio con la expresión "la justicia imputada de Cristo al creyente".

Cuando Lutero se percató de esta verdad bíblica su vida entera cambió. Supo desde entonces que el pretender satisfacer los estándares divinos para ganarse el favor de Dios no era una opción  posible. Abrazó entonces el principio escritural de la salvación sólo por la fe en Jesucristo, completamente aparte de las obras y sólo por la Gracia Soberana de Dios.

Hoy en día, muchas iglesias tienen a sus fieles en el mismo atolladero espiritual en el que vivió Lutero antes de renacer por el Espíritu de Dios. Algunos insisten que la doctrina de la sola Gracia es peligrosa porque lleva al antinomianismo (la noción de que la ley moral no es obligatoria para los cristianos como norma de vida). Pero esa pérfida e irresponsable acusación fue la misma que sufrió Pablo según atestigua a los romanos: "En tal caso, ¿por qué no hacer lo malo para que venga lo bueno? Esto es precisamente lo que algunos, para desacreditarme, dicen que yo enseño; pero tales personas merecen la condenación" (3:8, DHH, énfasis añadido), y es la misma que han padecido todos los hermanos reformados en el mundo a lo largo de la historia.

La doctrina de la sola Gracia es bíblica y es fundamental para hablar de la doctrina de la salvación. El señalamiento de que lleva al relajamiento en los compromisos éticos que tiene el cristiano es sencillamente un intento por ahogar al cristianismo bíblico en el Evangelio de las obras. La llamada "gracia barata" no es la Gracia bíblica, porque la Gracia bíblica es una Gracia que se hace evidente en la santificación progresiva. Pero al parecer, hay personas que aún donde existen claras evidencias de santidad gustan de atacar esta santa doctrina de la Gracia Soberana, y nunca están contentos con la idea de que algún cristiano piadoso pueda descansar en los méritos de nuestro Señor.

J. C. Ryle, al hablar del tema de la santidad, y después de haber escrito 12 densas meditaciones en torno al carácter práctico de una persona santa, tuvo que aclarar lo siguiente:
Temo ser malinterpretado y que la descripción  que he dado de santidad vaya a desanimar a alguna conciencia tierna. No me he propuesto traer tristeza a un corazón justo, o arrojar un enorme bloque en el camino de algún creyente.

Yo no he dicho en ningún momento que la santidad echa fuera la presencia del pecado que mora en la persona. No: lejos de eso. Es el más grande misterio el que un hombre santo cargue con "un cuerpo de muerte"; que muy seguido cuando hace el bien, "el mal está presente en él"; que el viejo hombre está atascando todos sus movimientos, y, por decirlo así, trata de arrastrarlo atrás a los pasos que antes llevaba (Rom. 7:21). Pero es parte de la excelencia de un hombre santo el que nunca esté en paz con el pecado que mora en él, mientras que otros sí lo están. La obra de la santificación en él es como los muros de Jerusalén -la construcción continúa "aún en tiempos angustiosos" (Dan. 9:25).


¿Cómo "cuidarnos" de predicar el Evangelio de la Gracia Soberana? ¿Qué otro Evangelio sino este, y sólo este, es el que se encuentra en las páginas de la Biblia? ¿Cómo clamar "abba Padre" sin esta Gracia Redentora que nos cubre cada día desde la noche hasta el amanecer?


Material de consulta: J. C. Ryle. Holiness; San Agustín. Tratado de la Gracia. Martin Lutero. Los límites de la voluntad. Michael Horton. Putting amazing back into Grace.


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